jueves, 10 de marzo de 2011

Tepito, No thanks, First World


Tepito

Raras veces me he aventurado a andar por las calles de Tepito, personalmente me da miedo, le visualizo, y apostaría a que así lo ve la mayoría de las personas, como una zona en que debes ir dispuesto a ser asaltado, como un lugar donde habita lo peor que pueda haber en la ciudad.
Me parece que ya no tengo esa idea, al menos no enteramente. Ahora que pienso en esas veces que me paré por alguna de sus calles, recuerdo un sentimiento de sofocación, y no por el tumulto impetuoso de gente entre la que hay que caminar, sino, es cómo un área donde me sentía hasta cierto modo vigilado por todos los cientos de personas que me rodeaban. Aquí me parecería justo plantear que si bien por un lado podemos hablar de libertad en la ciudad de México, libertad acompañada de anonimato, y que probablemente Tepito sea el lugar más libre por el vacío de poder gubernamental, son las políticas de conducta que inherentemente han establecido entre sí los tepiteños que marcan pautas en el comportamiento de todas las personas que andan por esos lares.
El tipo de “acoso” al que me refiero bien puede ir dirigido, o ser resentido no por los habitantes vigías tepiteños, sino por los forasteros. Aquí es donde el sentimiento de pertenencia, o falta de éste, funciona caricaturescamente como el miedo que huelen los animales cuando están a punto de atacar. A lo que me refiero, es que conforme a la normas establecidas, a la cultura, a los gustos que identifican a los tepiteños, así como su modo de vida, de organización social, de negociación política, de interacción con todas las demás zonas de la ciudad, se vuelve un tipo de caparazón que no permite la intromisión de factores ajenos que pueden desestabilizar y vulnerar su espacio.
Tepito tan poco conocido, pero tan temido, es asombroso que las personas se vuelvan cara a cara creyéndose iguales y con poder de decisión en una sociedad tan cerrada que está en el seno de una de las megalópolis más grandes del planeta. Todo se vuelve a la vez tan nebuloso, por lado se tiene una democracia tan humanitaria, mientras que por el otro un teatro tan artificial en el que no se pone en disputa el beneficio general.
Tepito finalmente no puede analizarse a grandes rasgos, ni por lo que pasa fuera de él, para saber qué es hay que adentrarse como extranjero en una miniciudad tan enigmática pues dudo que sea o tan fantástico, o tan perverso.

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